miércoles, 29 de octubre de 2014

El oro como ofrenda a los dioses...


Como la cabra tira al monte, no me puedo resistir ante la presencia de un Museo. Creo que estos espacios son verdaderos tesoros de conocimiento y están muy cerca de nosotros, sólo basta con permitirnos abrir sus puertas para advertir como se transforman en máquinas del tiempo, que nos conectan con nuestro pasado y nos ayudan a entender lo que somos. 


Basta entrar al Museo del Oro para darse cuenta del carácter mágico del lugar. Todo el legado de las culturas misteriosas, de la que sólo poseemos visiones fragmentarias, está ahí, a la vista de los visitantes. Lo que se expone es apenas lo poco que queda, en realidad lo que quedó después de la barbarie y el saqueo, un tesoro que ensoñaría cualquier bucanero. Cientos, miles de piezas sobrevivientes a la niebla de los días, al óxido del tiempo, nos dan a pensar que esta gente, nuestros antepasados, debieron ser nombrados Gente de Oro.


El Museo del Oro de Bogotá es considerado uno de los mejores del mundo (según Trip Advisor), es decir que, si viene por aquí y anda corto de tiempo, no se lo puede perder.
Comprende cerca de 34.000 piezas de oro, más 20.000 objetos óseos, líticos, cerámicos y textiles pertenecientes a 13 sociedades prehispánicas: Tumaco, Nariño, Cauca, Calima, San Agustín, Tierradentro, Tolima, Quimbaya, Muisca, Urabá y Chocó, Malagana, Zenú y Tairona.

Imagen utilizada por la cervecería Club Colombia.
 El Museo se divide en varios pisos. Uno de los más atractivos para mi, es la sala de Cosmología y Simbolismo, ubicada en el Tercer Piso. Cuando rozamos la mentalidad de los nativos, nos sorprenden sus atavios, las narigueras y pectorales, las diademas antropomorfas, los sellos de barro, los volantes de huso, entre tantas cosas para ver.
Nos acercamos a Los chamanes, siempre sentados, en permanente éxtasis y en trance, cuando sus orejas se vuelven cascabeles y de sus cuerpos aparecen plumas. Quizás, hace mucho tiempo soñaron en un futuro, se vieron eternos e inmortales en un Museo sin tiempo, en donde las personas de todo el planeta viajarían para conocer su mensaje.


 También, aquí se encuentra la pieza fundacional de este museo. Se trata de un "poporo de oro". Este recipiente se empleaba para mambear la hoja de coca hasta conseguir una forma de polvo utilizado en las ceremonias religiosas. El proceso de mambeado dependía de la región y las costumbres, pero lo usual era mezclar la hoja de coca con cal o cenizas de diferentes plantas para extraer todos sus alcaloides. Este es un proceso natural que forma parte de los ritos religiosos de las tribus indígenas y que aún perdura en nuestros días. En la Guajira colombiana utilizan cal, en Perú utilizan cenizas de plantas como la quinua o quínoa, mientras que numerosas tribus amazónicas mezclan las hojas con cenizas de yarumo. 
 A mediados del S. XIX se descubrió en una cueva subterránea en el noreste antioqueño en la que se halló una de las piezas más curiosas y, con el tiempo, más populares dentro y fuera de Colombia, el poporo quimbaya

Poporo quimbaya. Cauca medio. Período temprano 500 aC a 700 dC.
 Entre tanto para ver, existe una ofrenda muy representativa aquí, se trata de la Balsa Muisca que supuestamente se arrojaba como dádiva a la laguna de Guatavita.  
Ubicada en una oscura sala, en medio de una vitrina. En su interior, una balsa de oro. Es la balsa de El dorado y una de mis piezas favoritas. Quien la encontró se llama Cruz María Dimaté, un campesino que en 1856 la halló dentro de una vasija de cerámica en una pequeña cueva del municipio de Pasca, al sur de Bogotá. 
 Se desconoce con exactitud a la época que pertenece pero podría tratarse del período tardío de la cultura muisca entre 600 y 1600 después de Cristo. 
En el centro de la pieza se encuentra un personaje de gran importancia y tamaño destacado que se interpreta como el cacique. La figura central está rodeada por otros doce personajes menores.
Algunos portan bastones, los del frente llevan dos máscaras de jaguar y maracas de chamán en sus manos y en los muy pequeños, que están al borde de la balsa, puede reconocerse a los remeros.

Balsa muisca. Figura de ofrenda.

 La balsa representa la ceremonia de proclamación de un líder muisca, en la que el heredero era cubierto de polvo de oro y sus pies rodeados de oro y piedras preciosas, que posteriormente arrojaba en el centro de la laguna en una especie de ofrenda a los dioses. En la balsa de juncos que le conducía hasta el corazón del lago le acompañaba el cacique ataviado con plumas, coronas y brazaletes y escoltado por varios soldados. La ceremonia finalizaba en tierra, con danzas y bailes tribales.
 Fundida en una sola pieza en un molde de arcilla mediante la técnica de la cera perdida es de oro de alta ley (más de 80%) con plata y cobre. 


 El oro como metal sagrado, receptor de la energía del sol, estrella que da vida y la fuente de fertilidad en la cosmogonía de las sociedades precolombinas encarnaba un profundo significado. Los objetos de oro no fueron considerados símbolos de riqueza material. Subrayaban el prestigio y servían como ofrendas religiosas.

 

 "El oro se extrae de la tierra, se transforma, se usa, se hace símbolo y vuelve a la tierra como ofrenda".

Quizás este pensamiento pueda resumir la relación que los nativos tenían en función al metal. Quizás podamos aprender de ellos a desapegarnos de lo material, a convivir en armonía con la naturaleza, a internalizar la fórmula litúrgica "Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris" 
Recuerda hombre, que eres polvo, y al polvo regresarás...


Para no olvidar:



1 comentario:

  1. La balsa Muisca se encontró en 1969 en Pasca y, es la que reposa en el museo de Oro en Bogotá.
    Otra balsa similar fue encontrada en Siecha en 1856, ésta fue vendida a un museo de Alemania. La pieza nunca llegó ya que hubo un incendio en el barco a su llegada al Puerto de Bremen, la pieza se perdió.

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